Decía Umberto Eco, en la que es probable que sea una de las pocas citas célebres que circulan de muro en muro y de móvil en móvil que tenga un correlato real (¡dejad ya de publicar cosas que no le hayáis leído u oído a quien se supone que las dijo o escribió, da un poco de vergüenza ajena cuánta cita mal atribuida, deformada o directamente inventada se comparte!), que el mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee. Y tengo la sensación de que con Lección de alemán, de Siegfried Lenz, he topado con uno de esos tesoros ocultos a ojos de la gran mayoría (el adjetivo precioso, en boca de Eco, no significa lo mismo que cuando es empleado por algún lector, por ejemplo, de Isabel Allende, supongo que se entiende).
A la novela de Lenz se la compara, en cuanto a su voluntad de asimilar y superar el pasado, con El tambor de hojalata, de Günter Grass, y tal vez ésta es la razón por la cual en España, pese a haber sido reseñada de manera muy positiva en prensa, ha pasado desapercibida (sí, soy un iluso, ya sé que las reseñas literarias que se publican las leemos 4 personas los días más afortunados). Envidia me dan los alemanes en este sentido (de hecho, creo que es lo único que les envidio): han sabido conjurar el nazismo, arrinconarlo, derribar sus ídolos y enterrar sus restos para siempre bajo la asunción de la culpa colectiva, mientras que aquí, en España, seguimos siendo hijos y nietos del “con Franco esto no pasaba” y del “con Franco vivíamos mejor”, y la presencia del dictador y sus “gestas” siguen muy vivas en nuestras calles y monumentos y, lo que es peor, en nuestros debates políticos (¿cómo pueden seguir siendo objeto de debate Franco y el franquismo? ¿Cómo es posible que el traslado de sus restos se convierta en un nuevo funeral de Estado?). Esto es algo muy difícil de explicar (entre otras cosas, porque es vergonzoso formar parte de una sociedad así) cuando se habla con gente que no es de aquí… al final, el eslogan Spain is different!, de forja franquista, sigue siendo lo que mejor nos define. De hecho, en Alemania Lección de alemán es de lectura obligatoria en bachillerato; ¿comparamos con las propuestas e intenciones a este respecto de ciertos partidos políticos españoles?
Sin más preámbulos, me centro en la novela de Lenz: en principio iba a ser una lectura para las vacaciones de verano, porque cuando me la prestaron yo estaba leyendo Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace, un ensayo mordaz sobre la moda de hacer un crucero (que sin duda también os recomiendo, aunque no le haya dedicado un post, de hecho no se lo dedico a todo lo que leo ni a lo mejor que leo, es posible que os ahorréis un buen dinero después de su lectura; y si no, os reiréis un rato con la experiencia vivida por DFW), y otros libros me esperaban antes de plantearme siquiera empezar con el de Lenz. Sin embargo, como era la segunda vez que me lo recomendaban en un espacio relativamente breve de tiempo, y ambas recomendaciones provenían de personas que considero de fiar en cuanto a gustos literarios se refiere (en ocasiones creo que se trata de la misma persona, con otros cuerpos y otros sexos, pero la misma persona; tal es la coincidencia en sus recomendaciones), decidí ponerla por delante del resto. Y ahora puedo decir que no me equivoqué[1].
Publicada en Alemania en 1968, las únicas traducciones que teníamos al castellano hasta el pasado año 2016 eran las de Caralt Editores (1973) y Editorial Debate (1989). Hoy, por fortuna, disponemos de la de Impedimenta al castellano y de la de Club Editor al catalán, ambas del ya mencionado año 2016. Yo, en concreto, he leído Lliçó d’alemany, la fabulosa traducción de Joan Ferrarons para Club Editor. Y no miento si os digo que esta traducción ha paliado un poco la desdicha de no poder leer, por desconocimiento, la novela de Lenz en el alemán original. Por fortuna para mí, en este país en el que utilizamos las lenguas como armas arrojadizas en lugar de como herramientas comunicativas o puertas de acceso a la cultura, no soy de las personas a las que la traducción a una u otra lengua les supone un impedimento a la hora de leer un libro. Todo lo contrario, soy un privilegiado, porque puedo elegir una u otra traducción o no tener que esperar a que tal obra se publique en mi lengua materna y/o habitual. Me pierdo muchas menos cosas siendo como soy, la verdad. Los prejuicios, si algo tienen, es que nos conducen directos a la majadería.
1Así pues, una novela destinada al descanso estival me duró apenas una semanita (quienes me vieran caminar mientras leía, o leer mientras caminaba, que no sé si es lo mismo, por el glamuroso barrio de Sarrià, en Barcelona, de 13:45 a 14:30 horas ya saben qué título tenía entre manos), porque lo que encontré allí me cautivó como hacía tiempo que no me cautivaba una novela “actual” (quizá de las que he leído en los últimos años, por sensaciones, por muy distintas que estas hayan sido, a la altura de Ànima, de Wadji Mouawad, en la traducción al catalán de Anna Casassas Figueras para Periscopi).
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