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Fotograma de Star Wars: Episodio V. El imperio contraataca. |
Sin embargo, Baggini y Stangroom no se ocupan de toda la complejidad de eso que solemos llamar identidad personal. Se centran en la idea (errónea) de la incorregibilidad de lo mental, aplicada a la definición de nuestro yo. Los 12 juegos que conforman ¿Pienso luego existo? ponen a prueba los sólidos cimientos sobre los que creemos que se sostienen nuestras opiniones, analizan cómo funciona nuestra lógica de pensamiento y cómo construimos los silogismos de los que emanan nuestras deducciones, y examinan nuestras actitudes frente a Dios, nuestros tabús, y todo lo referente a la ética, la moral, el arte, nuestra propia existencia y nuestra libertad. En definitiva, se pone en duda todo aquello de lo que decía Descartes que no se podía dudar porque justamente dudamos, todo el material al que recurrimos habitualmente para decirnos a nosotros mismos y a todo aquél que nos preste oídos “así soy yo”.
Vale la pena preguntarnos, una vez llegados a este punto, si era necesario un libro como ¿Pienso luego existo?. De hecho, deberíamos formularnos esta pregunta ante todo libro que se publica, pero ésa es otra historia. En el caso que nos ocupa, el libro de Baggini y Stangroom, está claro que mi respuesta es afirmativa (de lo contrario, no le estaría dedicando un post en mi blog personal). Y es que, aunque parezca mentira, porque al fin y al cabo yo siempre es la persona de la que tenemos más información (aparentemente lo conocemos todo de yo: sus pensamientos más ocultos, sus fobias y sus filias, sus anhelos, sus miedos) y con la que más tiempo pasamos durante toda nuestra vida (¡nos entierran con él!), eso de conocernos a nosotros mismos no resulta nada fácil. Pensadlo bien, si lo fuera, quienes se dedican a la buenaventura hubiesen desaparecido hace tiempo de la historia de la humanidad, del mismo modo que los libros de autoayuda no inundarían las librerías ni figurarían entre los más vendidos del panorama literario (iba a escribir “de no ficción”, pero no sé yo…), por no hablar de los psicólogos, psicoanalistas y otros terapeutas de la mente humana que pagan sus facturas gracias en buena parte al desconocimiento de ese yo que a todos nos es tan familiar. Así que, ¡bienvenido sea el libro de los juegos filosóficos!
Y es cierto que eso es lo que sucede: los juegos te divierten, te desconciertan, te confunden y te sorprenden. Y además, añado yo, lo cual me ha resultado de lo más interesante, es muy posible que el lector-jugador se encuentre luchando consigo mismo para no hacer trampas. Me explico: en todo momento, o al menos a partir del primer juego, “El chequeo filosófico”, uno es consciente (tal es el revolcón que te llevas) de que sus respuestas serán evaluadas al final de la actividad que se plantea, y de que esas respuestas con toda probabilidad dirán algo de uno mismo que irá en contra de lo que piensa que piensa, y de que eso que dirán no será demasiado positivo (a no ser que tengamos algún tipo de problema de salud mental, la imagen que tenemos de nosotros mismos suele ser positiva, y la adornamos y la sustentamos con atributos e ideas que consideramos, y suelen ser considerados, positivos: tolerante, simpático, solidario, etc.). Y como los nombres con que se bautiza cada juego y las citas que los encabezan ya te dan una idea de por dónde pueden ir los tiros en aquel caso concreto, uno tiende a adecuar sus respuestas al resultado que desearía obtener[6]. Ésa es la primera gran lección de ¿Pienso luego existo?, y tal vez la más importante, al menos en mi opinión: somos unos mentirosos contumaces, y la primera víctima de nuestras mentiras somos nosotros mismos. Y si no podemos ser sinceros con nosotros mismos, ¿podremos serlo alguna vez con los demás?
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