No es que morir nos duela tanto.
Es vivir lo que más nos duele.
Pero el morir es algo diferente,
un algo detrás de la puerta.
La costumbre del pájaro de ir al Sur
−antes de que los hielos lleguen
acepta una mejor latitud−.
Nosotros somos los pájaros que se quedan.
Los temblorosos, rondando la puerta del granjero,
mendigando su ocasional migaja
hasta que las compasivas nieves
convencen a nuestras plumas para ir a casa.
Emily DICKINSON, 335.
Hoy se cumplen cuatro años desde que el azar quiso poner tu cuerpo al alcance de unos cuchillos guiados por la miseria y el sinsentido, por la barbarie misma materializada en tres pobres diablos que, no contentos con desgarrar tu carne una vez, se ensañaron contigo hasta privarnos de tu compañía para siempre. Tal vez fue aquélla tu última enseñanza: la vida es un breve paréntesis entre el nacimiento y la muerte, un absurdo que el día menos pensado se nos escapa entre los dedos. Un capricho químico, en todo caso, en el que ningún Dios ni el Destino ni las segundas oportunidades tienen nada que decir, por mucho que juguemos a engañarnos con ello –porque no puede existir un plan divino, por inescrutable o retorcido que sea, que consienta lo que te ocurrió, eso un Dios con todas las capacidades no lo toleraría; de igual modo me niego a creer que tu final ya estuviera escrito con sangre en las estrellas, ni que vayas a volver entre los vivos, por mucha falta que nos hagas ni por mucho que lo merezcas.

Pero miento, para mí no fuiste asesinado aquel 11 de junio de 2012, sino el viernes 15, cuando después de la revisión cotidiana de la bandeja de entrada de mi correo electrónico, fui a parar a los dos últimos emails que habíamos intercambiado hacía escasas fechas y en los que nos poníamos al corriente de nuestras últimas novedades −qué ridículas resultan ahora nuestras cuitas del momento, ¿verdad?−. Leer de nuevo tus palabras sobre la aventura que emprendías en tierras mexicanas me hizo preguntarme cómo te estaría yendo por allí, pero antes de escribirte decidí echarle un vistazo a tu blog: sin novedades, no habías vuelto a publicar nada después de tu última entrada. Estarías muy ocupado, pensé, nuevo país, nueva universidad, nuevas clases que impartir, el reencuentro con unos familiares que hacía tiempo que no veías… demasiado para mantener al día tu bosque… sin embargo, el excesivo número de comentarios que tu última publicación había originado hizo que mi curiosidad me llevase a leer lo que había allí.
Y aunque al principio no entendía lo que escribían quienes comentaban –no lo podía entender−, fue entonces, mientras apuraba el primer café de aquel viernes que no olvidaré jamás, cuando fuiste asesinado. No reescribiré lo que sentí en aquel instante infinito –pues todavía dura, aunque latente–, en cierta manera porque no podría: la rabia y la desolación han desaparecido, pero no así el dolor. El dolor nunca nos deja; se mitiga, se transforma en otra cosa, pero ya nunca nos abandona. Sólo diré, con las palabras con que lo expresa Szymborska en “Un gato en un piso vacío”, poema que expresa como pocos qué significa la muerte para los que continúan vivos, que
Morir, eso no se le hace a un gato.
Cuatro días, fueron exactamente cuatro días de vida los que te concedieron mi ignorancia de los hechos. Como sucede con Beatriz Viterbo al inicio de El Aleph, el universo entero seguía con su arrogante existencia, el reloj seguía sonando a la misma hora, el agua seguía hirviendo a la misma temperatura, el sol seguía encontrando el cenit en el mismo momento y el calor seguía apretando con la misma obstinada humedad. Tú ya te habías marchado para nunca volver, y la naturaleza te respondía con indiferencia. ¿Qué podíamos saber el resto?
Durante estos últimos días he vuelto a leer algunas de las publicaciones de tu blog –en realidad, lo reconozco, lo he visitado en muchas otras ocasiones, como quien lleva flores a la tumba del ser querido e intenta, de manera infructuosa, comunicarse una última vez con él–, de las tuyas, porque tu bosque ya no es sólo tuyo, en cierta manera nos pertenece a todos –tu mamá y un amigo siguieron escribiendo allí por un tiempo; y han publicado tu tesis doctoral y toda tu poesía completa; no te enojes, estoy seguro de que todo ha sido con la mejor de las intenciones, un último intento de mantener vivo lo que fuiste y ya no serás–, y algunas de las cosas que allí escribiste muchos años atrás resultan perturbadoras a la luz de hoy, casi como epifanías. Me refiero, por ejemplo, a “El día que ya no esté”
, del 28 diciembre de 2009.
Y tienes toda la razón en lo que allí escribes, desaparecerás de la memoria del mundo como nos acabará sucediendo a todos, acaso ya has empezado a desvanecerte para siempre, pero mientras tanto sigues muy vivo en tus familiares y amigos, que te recordamos y te añoramos, que te imaginamos y te inventamos cada vez que te pensamos. Concédenos por lo menos eso, ¿qué otro consuelo nos queda? Para mí siempre serás poesía, el caos de una clase de literatura, la sonrisa del Gato de Cheshire, la impostura de aquél que posee tanta sabiduría, Baudelaire, hipocondría, contracturas lumbares y cervicales, una cara amable entre mil rostros desfigurados en el enjambre que son los túneles del metro de Barcelona, Emily Dickinson, un corto cubano, un cadáver exquisito, la brisa de aire fresco por la mañana, un café de máquina, una muerte en Venecia y Tadzio frente al mar, el eco de una conversación pasada resonando en boca de otra persona, el síndrome del túnel carpiano, un verso escondido, blanco, puro, un correo electrónico a tiempo, un querido amigo en la distancia.
En “Impasse”
, tu última publicación, ya desde Ciudad de México, te preguntabas qué habría sido de tu vida si diez años atrás hubieses empezado por allí. Y no tengo respuesta, no tengo ni la más remota idea de qué hubiese supuesto para tu vida. No hay manera humana de saberlo sin recurrir a la ficción especulativa. Para la mía, en cambio, sí que lo tengo claro. Me hubieses privado de alguien realmente maravilloso,
–mon semblable, –mon frère!, porque:
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ha estat deturar el temps, per retrobar-me
més ingenu que mai i amb un sanglot
a flor de pell, com una criatura.
*Este artículo, actualizado y ampliado, ha sido publicado por la revista cultural Almiar.
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